Siembra directa y semilla transgénica

Siembra Directa


De los 106 millones de hectáreas cultivadas en siembra directa a nivel mundial, aproximadamente la mitad corresponde a países de América Latina; y de ellas, el 50% están en Argentina. 
Estimaciones recientes realizadas por Aapresid arrojan un total de 27 millones de hectáreas se encuentran bajo siembra directa en Argentina (Figura 1), lo que representa un 78,5% de la superficie agrícola del país 

Si el análisis se realiza por cultivos (Figura 3), la soja, principal cultivo de Argentina, evidencia la mayor cantidad de hectáreas bajo siembra directa, lo sigue el trigo, luego el maíz (con similares cantidades) y por último el girasol y el sorgo.


  • El paquete tecnológico estaba finalmente adaptado a las condiciones imperantes en la región pampeana.
  • Aparición de la tecnología de resistencia a glifosato incorporada a variedades de soja, elemento que más ayudó a que muchos productores se acerquen a la siembra directa, ya que su combinación facilitaba la operación de manejo.
  • El precio del glifosato cayó de 40 dólares, a comienzo de los ´80, a menos de 10 dólares por litro de producto formulado en 1992.
  • Las condiciones económicas imperantes redujeron los márgenes de ganancia de los productores agropecuarios, forzándoles a adoptar tecnologías más eficientes.
  • La Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) desarrolló un programa de difusión muy eficiente desde sus inicios (1989).
Siembra directa, un cambio de paradigmas en la agricultura
La agricultura convencional, basada en las labranzas de los suelos, fue el paradigma agrícola que la humanidad aplicó desde sus inicios, hace más de diez mil años. Bajo esta concepción de la agricultura, la labranza era vista como una pieza clave e ineludible a la hora de producir granos y forrajes. El paquete tecnológico reinante bajo el paradigma de la producción con labranzas incluía prácticas como arar, rastrear, y quemar los residuos, dejando el suelo totalmente pulverizado. Sin embargo, y aun reconociendo que sirvió para alimentar a la humanidad en el pasado, la agricultura convencional, por vía de la erosión de los suelos, y por la aplicación de un criterio de explotación, minero o extractivo de los recursos, en muchos casos hizo llegar a extremos de deterioro de magnitud escalofriante: “perder más de diez toneladas de suelo por tonelada de grano producido”; evidentemente, un “costo” que la humanidad toda no podía, y menos aún no puede ni podrá seguir pagando.
La agricultura conservacionista, dentro de la cual se encuentra la siembra directa (sistema productivo basado en la ausencia de labranzas, en las rotaciones y en el mantenimiento de los suelos cubiertos por los rastrojos), cambió el modelo reinante; proponiendo una nueva agricultura capaz de resolver la disyuntiva entre productividad y ambiente.
Al estado del conocimiento actual, se vislumbra como la alternativa productiva que mejor conjuga los intereses, muchas veces contrapuestos, de alcanzar una producción económicamente rentable para las empresas, ambientalmente sustentable, y socialmente aceptada.
La siembra directa como concepto
La siembra directa puso en marcha un nuevo paradigma en la agricultura, que permite superar el problema de la erosión y degradación de los suelos. La siembra directa ha incrementado la productividad de los suelos, por la mejora en la fertilidad física y química, y la más eficiente economía del agua. También se ha reducido el consumo de combustibles fósiles, lo cual, sumado a la menor emisión de dióxido de carbono (por ausencia de labranzas) y al secuestro de carbono (por aumento de materia orgánica) ayuda a mitigar el efecto invernadero.
Por tanto, la siembra directa permite acceder a un uso racional y sustentable, y hasta reparador, de los recursos básicos de los agro-ecosistemas como lo son el suelo, el agua, y la biodiversidad.
Es importante aclarar que muchas veces se comete el error de entender a la siembra directa como una tecnología que “cambia el arado por una máquina más reforzada de siembra que consigue sembrar en suelos sin labrar y donde las malezas se controlan con herbicidas”. Sembrar sin arar, como única consigna o herramienta tecnológica puntual, es una visión simplista y no elimina el riesgo económico y deterioro o degradación ambiental.
La siembra directa no es suficiente para adquirir el rótulo de agricultura productiva y sustentable. Para alcanzarlo, no sólo se requiere la ausencia de remoción, sino que además deberá plantearse una rotación ajustada en diversidad (número de cultivos diferentes) e intensidad (número de cultivos por unidad de tiempo), sumado a una estrategia de fertilización de cultivos con reposición de nutrientes, y un manejo integrado de malezas, insectos y enfermedades. Sólo así se estará aplicando un “sistema de producción en siembra directa”, con altos niveles de productividad y mantenimiento de la capacidad productiva de los recursos. Este último enfoque es el que se acerca mucho más a intentar resolver el conflicto entre producción y ambiente, siendo la máxima expresión de la agricultura de conservación.
En la medida que se comprenda la complejidad de los agroecosistemas en los que el productor trabaja, y se respeten los tiempos de los ciclos biológicos por sobre las urgencias que exige la rentabilidad inmediata, se accederá a todos los beneficios del “sistema de producción en siembra directa”.
Todo lo expresado anteriormente debe ir acompañado por tecnologías de proceso y de producto que permitan un uso más eficiente y ajustado de insumos, con un menor impacto ambiental negativo.
Principales ventajas de la siembra directa:
  • Disminución de la erosión eólica en un 96%.
  • Disminución de la compactación del suelo.
  • Mejoramiento de la estructura del suelo.
  • Incremento de la materia orgánica (fertilidad natural del suelo).
  • Reducción en el uso de combustible fósil en un 40%.
  • Menor emisión de gases de efecto invernadero (Carbono) a la atmósfera.
  • Reducción de la polución del aire.
  • Mayor retención de humedad.
  • Aumento de la infiltración de agua en el suelo.
  • Mejoramiento de la calidad del agua superficial.
  • Aumento de la productividad a largo plazo.
  • Aumento de la vida silvestre.
  • Incorporación de nuevas áreas de producción.
  • Necesidades menores de mano de obra.
  • Economía de tiempo.
  • Menor desgaste de la maquinaria.
  • Reducción de los costos de producción.
Siembra directa en el mundo
Según estimaciones realizadas en el año 2009 (Rolf Derpsch, Theodor Friedrich), el sistema de siembra directa se realiza en más de 106 millones de hectáreas a nivel mundial. Aproximadamente, el 46% de esta tecnología se practica en América Latina, el 38 % en los Estados Unidos y Canadá, el 11 % en Australia, y el 5 % en el resto del mundo, incluido Europa, África y Asia.
A pesar de ser Estados Unidos el país con mayor superficie en siembra directa, es importante notar que este sistema apenas cubre el 25% del área agrícola cultivada. En Brasil, la siembra directa representa aproximadamente el 70%, y en Argentina y Paraguay cerca del 80-90% respectivamente; siendo estos dos últimos los países que lideran a nivel mundial en porcentaje de adopción.
Es interesante destacar que en más del 90 % del área cultivada en siembra directa en Brasil, Argentina, Bolivia, Paraguay y Australia, se la realiza de manera permanente; es decir, sin la presencia ocasional de labranzas. En tanto que la superficie en siembra directa en Estados Unidos reciben una labranza esporádicamente; situación que hace que los suelos estén constantemente en una fase de transición, no llegando los productores a experimentar todos los beneficios de dicho sistema.
La adopción de la labranza cero en más de 106 millones de hectáreas a nivel mundial, da muestra de la gran capacidad de adaptación del sistema a todo tipo de climas, suelos y condiciones de cultivo. La siembra directa se practica desde el círculo ártico sobre los trópicos a unos 50 ° de latitud sur, desde el nivel del mar hasta los 3000 m de altitud, en zonas muy lluviosas (2.500 mm al año) o en condiciones de sequía (250 mm al año).
Se estima que, una vez superadas las barreras de conocimiento y tecnología, la siembra directa crecerá en zonas dónde la adopción todavía es baja. Por otro lado, según apreciaciones de Derpsch y Benites (2004), la eliminación de los subsidios en los países desarrollados, principalmente Estados Unidos y los miembros de la Unión Europea, sería también un estímulo para que los productores san más eficientes; ya que si no lo hacen sus empresas quedarían fuera del sistema por no ser rentables y sustentables.

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